Había una vez una niña llamada Marina. Era pequeña, delgadita y un poco alocada. Un día, Marina se puso enferma y dejé de saber de ella.
Por razones que desconozco, la vida nos volvió a juntar entre las paredes de un hospital. Las dos nos estabamos curando y eso era bueno.
Todos los días que tenía que subir después me pasaba a verla. La veía pues como cualquier niña, riéndose con las carantoñas de su padre, sonriendo cuando su madre la acariciaba la cara.
Cuando llegaba siempre gritaba mi nombre, con un salero poco propio de una niña de 10 años. Estaba con ella el tiempo que podía; me contaba sus cosas, como otro niño le gustaba, lo que había hecho durante la semana...Y yo la escuchaba con agrado, porque me gustaba estar con ella.
Un día se me ocurrió inventarme una historia para contársela, pero resultó que la gustó más de lo que me esperaba, y se convirtió en "el cuento semanal de Buttercup".
Otras veces, cuando me veía me decía: "Vamos a ver, tu eres una chica mayor. Menos estar aquí y más con el novio"
Intentaba ser mi pequeña carabina, como un cupido que intentaba volar y no podía.
Poco a poco, Marina fue mejorando, y sus padres estaban muy felices. Yo, también.
Pero, hace un mes, fui a verla como siempre, pero todo fue distinto. No me dejaron pasar: Marina estaba malita. Hablé con sus padres y me dijeron que al día siguiente estaría bien. Subí al día siguiente, nada.
Esperé una semana, pendiente de si su madre me llamaba con buenas noticias. Al ver que no recibía tal llamada, cuando salí de mi grupo fui a verla. Pero tampoco había suerte. Vi la preocupación en la cara de sus padres, que tanto habían luchado por su pequeña, y no pude evitar que esa preocupación me contagiara.
Ayer por la noche quede con mis amigos. Una tarde increible. Llegué a casa y sobre las 12:30 recibí una llamada: Marina estaba emperoando muchísimo, hasta tal punto que su vida pendía de un hilo.
No lo dude; me vestí y me fui al hospital. Me daba igual la hora, me daba igual el frío. Mi pequeña me necesitaba.
Cuando llegué vi a sus padres. Jamás un abrazo había sido tan cálido y fuerte. Estaba asustada, porque nadie nos decía nada.
Pasaron las horas, sin ninguna noticia. Yo era optimista, pero resultó ser inutil.
Una sonrisa se apagó está madrugada, y el cielo se volvió un poquito más negro. Mi pequeña Marina ya no estaba, y yo ni me pude despedir.
Era una niña valiente, fuerte, decidida a vivir. Pero el mundo pudo con ella.
Me sentí impotente en ese momento, porque no podía hacer nada para cambiar lo que había sucedido. Así que me fui a mi casa, y me metí en mi cama. Pensé en Marina, en su cara, en todo lo que había aprendido.
Esta noche no he dormido nada. Y es que la echo mucho de menos.
Adios, mi pequeña. Se que serás muy feliz allá donde estes.
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