lunes, 22 de abril de 2013

Erase una vez.

Una vez soñé una historia despierta. Es de esas historias que se te quedan en el recuerdo, que te llenan cuando la cuentas a otra persona. Imaginas como serán los protagonistas, y como serán sus vidas.
Parecía la típica historia de película, de chico conoce a chica por casualidad. Se gustan, pero es imposible. En un principio ella piensa que es porque, simplemente, ella se ha imaginado un amor que en realidad no existía. Pasan los años, se acercan y estrechan la relación. Cada uno, cuando esta con el otro, sonríe. Se sienten completos, comprendidos. Pero poco a poco la distancia se mete de por medio. Ella confía en el y en lo que siente. "No es una ilusión", piensa; "si no, no dolería tanto".
Empiezan a aparecer los celos, el orgullo y contestaciones que ella jamás se esperó. Y esas son barreras muy dificiles de sortear. Uno de los dos ya no ve futuro en la relación. 
Llegados a este punto, todo debería terminar bien. Ellos superan todas las barreras sociales y acaban juntos, como en un cuento de hadas.
El único problema es que no termina bien. Las barreras que un día estaban empiezan a ser mayores, hasta el punto de mirarse y no reconocerse. Ella le mira: "¿Quién eres tú? Mi amor no es tuyo..."
El se ha transformado. Se ha vuelto como los demás: cruel. Le hace daño a propósito, sabiendo que las cosas que dice la harán vulnerable de nuevo.
"¿Cómo alguien que me vio cuando era invisible puede hacerme tanto daño? ¿Cómo alguien que se supone que me quería puede hacerme pasar por esto?"
Ella comienza a hundirse; no sabe nada, y nadie le responde. Y, cuando ve todo perdido, saca fuerzas y se levanta. Y pide explicaciones. El, sorprendentemente, accede. 
Cuando el le cuenta todo, ella experimenta una especie de paz en su alma, mezclado con una pizca de dolor.
Esa realidad le abrumó, la asustó. Por un momento piensa en una idea que surgió en su cabeza no hace demasiado: le da miedo dejar de quererle, porque sabe que no hay nadie como el. Que nadie le va a hacer tan feliz como el la hizo a ella. Porque fue él el que la enseñó a ver el mundo de otras maneras, asombrosas e increibles. Porque apareció cuando ella estaba perdida. 
Y, cuando ella menos se lo esperaba, todas esas ideas que ahora veía absurdas, se volvieron realidad en las palabras de el. Justo el es el que tenía miedo; el, que la dijo que nadie le iba a hacer tan feliz como ella le hizo; el, que se comportó como un imbecil por estropear a alguien tan especial. 
Después de todo lo que habían pasado juntos, de experimentar el primer amor, se miraron y dibujaron una sonrisa cansada. El dolor de tantos años se reflejaba tanto en ella como en el. Y es que ella, que pensaba que era la que peor lo había pasado, vio que no era así. Que él había mantenido una guerra personal, y que hoy en día la seguía manteniendo. 
Luego cada uno tomó su rumbo, y se hicieron una promesa: jamás se olvidarían.
Promesa o no, eso si que era una realidad.




Y es que al final, aprendí dos cosas: que no todos los cuentos de hadas tienen final feliz y que esa historia que un día imagine cuando era muy pequeña iba a ser la mía.





No hay comentarios:

Publicar un comentario