miércoles, 24 de abril de 2013

Vías de escape.

De siempre he sido una persona con bastante carácter, genio, y a veces, un tanto borde. Soy muy yo, no me gusta que las cosas no se hagan a mi manera. Se que esta mal, pero soy así. 
A veces peco de orgullosa, o peco de ser más lista que nadie, cosa que esta fatal. En esta vida si hay que ser algo, es ser humilde. 
Por eso tengo una vía de escape para cuando las cosas me desbordan, o para cuando tengo tal cabreo que me dan ganas de romper la pared.
Bailo.
Si, bailo. ¿Qué pasa? No es tan raro, ¿no? Vale, si lo pienso detenidamente...yo, bailando. Yo. No se si es buena idea imaginar tanto, pero es la realidad: bailo para evadirme. 
Empecé a bailar desde que era muy pequeña, y al principio lo odiaba. Me cansaba y eras muchas horas para una niña tan pequeña. Poco a poco, cuando fui creciendo, vi que el baile era más que una afición: era ya parte de mi vida. 
Todo sabemos como es el mundo del baile: no es la pelicula de Billy Elliot ni mucho menos. Cuando eres mayor es hora de empear a tomar decisiones, y yo tomé la mía. Para mal o para bien, dejé de bailar. 
Fui creciendo, pasé de ser una niña a una adolescente rebelde, demasiado rebelde y descontrolada. Un día que me dio un ataque de ira, abrí el armario y empecé a tirar todas las cajas. Parece increible, pero es verdad. La ultima caja que tiré contenía todos mis vestidos de baile, mis cintas de colores, y mis zapatillas de punta. De repente todo mi mal humor se me esfumó. Ver aquellas zapatillas me hizo recordar lo feliz que era cuando era más pequeña, cuando no era tan rebelde y tan odiosa como en aquellos años adolescentes. 
Mis padres, cabreados conmigo, se marcharon por la tarde y yo me quedé sola. Así que se me ocurrió una idea: iba a probarme las zapatillas. 
Fui a mi habitación, las saqué y me las puse. Vale, si, me quedan un poco pequeñas, pero me entraban. El simple roce de las cintas alrededor de mi pierna tenía un efecto relajante. Pero, ¿iba a saber ponerme de puntas de nuevo? Habían pasado unos cuantos años.
Probé. Y, aunque al principio me hice un daño tremendo en los tobillos, me mantuve firme. Busque entre mis canciones de metal y punk piezas de ballet, y cerré los ojos. 
El sonido del piano, de los violines...todo comenzó a llenarme. Y empecé a dejarme llevar. A cada paso, una tensión liberada. No escuchaba la música; es que practicamente la tocaba. 
Cuando me cansé apagué la musica y me quité las zapatillas. Me miré en el espejo del salón, y me reí de mi misma: "una rockera bailando ballet" Que cosa mas irónica. 
Pero me gustó, y cuando volvieron mis padres a casa yo era otra. Estaba calmada, y pedí disculpas. 
Desde entonces vi como el baile si que era diferente para mi: era una via de escape estupenda. Dejar la mente en blanco y dejarte llevar.
Ahora que soy más mayor cultivo otras vías de escape que nadie conoce: el yoga, la meditación y por supuesto, el baile.
Asique ahora antes de tener uno de mis ataques de ira, me pongo mis zapatillas y bailo. A mis padres les extrañó la primera vez que lo hice, pero ahora estan contentos.
He vuelto a recuperar mis zapatillas, aunque esta vez no me las puedo poner. Me he hecho demasiado mayor.
Mi madre me propuso comprarme unas nuevas, pero le dije que no. ¿Por qué, se preguntaran algunos?
Porque he descubierto que bailar descalza te da más libertad. 
Las zapatillas eran como los ruedines de las bicicletas, que los usas cuando no sabes moverte. La vida es igual; cuando eres pequeño necesitas de ayuda, ahora que soy mayor soy capaz de vivir sola. De bailar descalza.

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